"Pienso que eso, nunca debió de haberme
pasado contigo."
Dos loritos, pequeños y verdes se
acurrucan uno encima del otro, se miran con amor, se acarician con el pico.
Mientras espero a mi cliente, me quedo
absorto mirando la escena en el escaparate de la pajarería.
Hace un día muy frío, apenas unos
kilómetros fuera de la ciudad está nevando.
Miro el interior de la tienda, jaulas
con pájaros, grandes y pequeños, cotorras, tórtolas, periquitos y jilgueros.
Mi cliente tarda demasiado, por la calle
hay un desfile de abogados trajeados y nerviosas procuradoras que hablan con
sus móviles. Hablan y gesticulan, nadie mira a nadie.
El juzgado de la ciudad está al final de
la calle.
La pareja de loritos no ha dejado de
amarse, parece que lo lleven haciendo toda la vida.
Dos jaulas más allá veo que hay otra
pareja de loros iguales, idénticos, de la que no me había percatado.
Estos no se miran, ni se acarician, a
veces se deben ver de reojo, con la cabeza ladeada, cada uno en un extremo de
la jaula, pero se rehúyen y evitan.
Pienso que eso, nunca debió de haberme
pasado contigo.
Llega mi cliente y me saluda cogiéndome
del brazo, emprendemos el camino y vuelvo a girar un momento la cabeza.
Enigmáticamente los loros que se amaban
para toda la vida habían desaparecido.
El dependiente de la pajarería mira al vacío
desde dentro dela tienda.
Lentamente, como en una vieja película,
ha comenzado a nevar.
Luis Roser Rodriguez